Protectofobia

En tres décadas, las compras totales al exterior crecieron 11,6 veces, mientras que las ventas solo 6,5, lo que incide en que el comercio exterior sea apenas 30 por ciento del PIB.

*Publicado originalmente en Revista Semana.

En sendas columnas (El Tiempo, La República), Rosario Córdoba y Claudia Lacouture, dirigentes de gremios y think tanks de firmas transnacionales, reiteran “la internacionalización” como eje del proyecto económico, acogen conclusiones de la Misión encargada de ahondarla y ponen los TLC como dogma.

Es “herramienta para elevar el ingreso por habitante”, “el cambio climático es oportunidad”, “energías limpias”, “digitalización del trabajo”, ciencia y tecnología, por lo que sirve estimular la “diáspora de colombianos en el exterior” y la inversión extranjera “que transfiera conocimiento”, razones repetidas hasta el cansancio, incluida la Ocde, adobadas con el chance que, dicen, se dará por la contradicción Estados Unidos-China.

Más revelador es lo que callan que este canto de sirena oído mil veces. En 2012, el ingreso por habitante de Colombia, en precios corrientes, fue de 8.238 dólares y en 2019 (fue peor en el atípico 2020), de 6.508 (BanRep). Así, al iniciarse los TLC, era el 18,5 por ciento del de Estados Unidos y a los siete años solo 11,6 (Fred). No llegó a 25 por ciento, antes bien se distanció.

En cuanto a exportaciones a Estados Unidos, al comparar las de petróleo en 2012, cuando el promedio Brent era 111 dólares el barril, con 2020, cuando estuvo a 42, es obvia su pérdida de participación. Sin embargo, parámetro más ilustrativo son las exportaciones de manufacturas a ese país, que entre 2012 y 2020, descontando piedras preciosas, crecieron de 854 millones de dólares a 1.013, apenas 18 por ciento, al 2 anual (Dane), lo mismo pasa con el número de productos, varios en forma de muestras no sostenibles en ventas o en pequeñas cantidades, así como el de exportadores, aumentado a un compás menor

¿A cambio de qué? Cuando arrancó la apertura, en 1990, el coeficiente de penetración de importaciones industriales, la porción del mercado interno atendido por manufacturas externas era del 20,13 por ciento. Luego de seis años de TLC, en 2018, ya iba en 44 por ciento (DNP). Y el denominado coeficiente de apertura de exportaciones manufactureras, lo destinado de la producción nacional al mercado externo, era en 1990 del 33,17 por ciento, mientras que en 2018, sin contar cuestionados registros de chatarra y oro, cayeron al 19 por ciento (DNP).

Se cedió el doble del mercado fabril interno y se disipó la mitad del externo y en agricultura, la dependencia en cereales y oleaginosas llega ya al 65 por ciento del consumo nacional, dentro de los más de 14 millones de toneladas de géneros importados, donde además crecen lácteos, papa y cárnicos. En tres décadas, las compras totales al exterior crecieron 11,6 veces, mientras que las ventas solo 6,5, lo que incide en que el comercio exterior sea apenas 30 por ciento del PIB.

La galanteada inversión extranjera predomina en áreas del consumo interior –varias antes en manos nacionales– como comercio minorista en grandes superficies, telecomunicaciones, generación y distribución de energía y servicios públicos, venta de combustibles al detal, productos cosméticos y aseo, comercio farmacéutico a toda escala, cervezas, tabaco y parte del cemento y concesiones viales, renglones de importación al mayoreo, como automotores y autopartes, fertilizantes, prendas de vestir y tecnología, y avanza en financiero, avicultura y salud, en EPS e IPS, como en servicios de suministro de personal, call center y transporte aéreo.

Recolonización, fruto de la seducción con beneficios de toda índole, que suma pasivos internacionales por 378.000 millones de dólares (BanRep, 2020), al agregarse a la inversión directa, incluidos petróleo y minería, créditos, acciones y portafolios bursátiles.

La orgía de importaciones, que causó déficit comercial entre 2012 y 2020 de 50.000 millones de dólares, y la rentabilidad de los capitales extranjeros invertidos, que se estima en el 6 por ciento anual (Cepal), ocasionan un balance negativo recurrente en las cuentas externas que obliga a endeudarnos para financiarlo. De ahí que la deuda del Gobierno central pasó, en lo corrido del siglo, de 70 billones de pesos a 690, se multiplicó por diez. El que a todo habitante le correspondiera de ella 1,5 millones de pesos y ahora más de 13, que el endeudamiento creciera por encima del ingreso por habitante, impelió a 19 reformas tributarias. Todavía son más dañinos los efectos macroeconómicos que los sectoriales.

Pese al desplome del ingreso por habitante; a pérdidas cuantiosas del mercado interno; al retroceso en las ventas al exterior; a la entrega de subsectores claves de demanda interna; a la sangría de ahorro y trabajo por la vía de la deuda impagable; a la asimétrica extranjerización de la economía, los portadores del virus de la Protectofobia descalifican a quienes se resisten a acabar de despeñar a Colombia al fondo del abismo. ¿Qué vacuna precisarán para curarse?

“Lo que gasto es más de lo que gano”

Contrabando e importaciones y la elevación de los costos lo tienen produciendo a pérdida. José Erney Vargas, se queja también de la negociación en la CAN, que permite a Perú y Ecuador traer arroz barato. Están entrando con el TLC más de 200 mil toneladas. Un caso empresarial.

Erney es hijo de uno de los más recios colonizadores del Ariari, por entonces un terreno selvático, que él desbrozó a fuerza de tesón para sembrar maíz y plátano. Provenía del sur del Tolima, desplazado por la violencia, y se instaló en el caserío de Dosquebradas, perteneciente hoy al municipio de Granada, Meta. Debió dejar atrás la casa, los enseres y una recua de nueve mulas, pero la nueva tierra fue pródiga con él y el sembrío le dio para levantar a sus siete hijos, cinco varones y dos mujeres.

El primogénito, José Erney, nacido en Ibagué en 1960, heredó el temple de su padre y la entereza de aquellos viejos inmigrantes que abrieron hace décadas las puertas de la Orinoquia y la Amazonia, 600 mil kilómetros cuadrados de una Colombia aún desconocida.

José Erney se inició como camionero, pero muy joven todavía decidió dar el paso a la agricultura del maíz, ya por entonces más tecnificada gracias a la influencia de Fenalce y a la del Comité de Cerealistas de Villavicencio, que
reunía a los pioneros en el impulso del cultivo.

Comenzó produciendo 3 toneladas por hectárea hasta llegar a 7 en el mejor momento, con combinadas, tractores y transferencia de tecnología, a nivel empresarial. Fue una labor difícil, reconoce, por los graves problemas que  perturbaron durante muchos años la región del Ariari, escenario de continuos enfrentamientos entre guerrilla y paramilitares. La enturbiaba además el narcotráfico, grupos y grupos de bandidos que terminaron acaparando el territorio e imponiendo su ley. “Los más perjudicados fuimos nosotros los civiles, empresarios, trabajadores, campesinos, víctimas de extorsiones o secuestros y no menos de las fumigaciones aéreas, que acabaron contaminando el suelo”.

Fue por aquella época cuando decidió abandonar otros géneros para concentrarse en el arroz, aun cuando la familia combina todavía ambos cultivos en la finca paterna, de 120 hectáreas, sembradas en su totalidad. Con 3 tractores,
2 combinadas, la sembradora, varias encaladoras, cultivadora, rastras, rastrillos, boleadora y fumigadora, el cosechero produjo en 2014 entre 4 y 5 toneladas por Contrabando e importaciones y la elevación de los costos
lo tienen produciendo a pérdida. José Erney Vargas, se queja también de la negociación en la CAN, que permite a
Perú y Ecuador traer arroz barato. Están entrando con el TLC más de 200 mil toneladas. Un caso empresarial.
23 Efectos del TLC Colombia-EE.UU. sobre el agro – Los rostros – hectárea. Pero se queja de que el equipo y la maquinaria se le quedaron obsoletos, porque no hay excedentes para renovarlos.

¿La razón? El arrocero une su voz a la protesta unánime de campesinos y empresarios que se escucha en Colombia de La Guajira hasta Nariño: “Desde cuando empezó a aplicarse el TLC, estamos produciendo a pérdida. Lo que gasto es más de lo que gano”.

Y precisa: “Los costos de combustibles e insumos se han incrementado, los márgenes de rentabilidad disminuido por la caída de los precios, la maleza ha adquirido resistencia a herbicidas y fungicidas y, frente a tantas y crecientes dificultades, el gobierno no tiene una política de apoyo al productor nacional. Nos ponen a competir con los agricultores norteamericanos, pero sin los subsidios de los que ellos sí disfrutan”.

La denuncia es explícita: “No se ven los beneficios del TLC, porque el tratado era supuestamente para traer materias primas importadas baratas, pero hacia los productores no sirve. Sembrar una hectárea de arroz cuesta alrededor
de 4 millones y medio de pesos y llevamos dos y tres años perdiendo plata, porque todo ha subido. Nos perjudican además las sequías en el verano y las inundaciones en invierno, los bajos precios del producto y los problemas de
comercialización”.

Reafirma: “Los agricultores queremos seguir adelante y no le creemos al gobierno cuando dice que el futuro del agro son las uchuvas u otras clases de productos. La realidad es que el gobierno está mintiendo cuando afirma que se
genera empleo. Hoy en día uno invierte plata o capital en el estudio para sacar a la familia adelante, pero no hay oportunidades”.

José Erney es claro en afirmar que la situación económica del empresariado arrocero ha ido desmejorando: “El panorama es gris oscuro para cualquier cantidad de gente que lleva décadas haciendo patria. Los pocos bienes que hemos hecho a través de la historia de nuestra vida están a punto de perderse, porque los bancos nos tienen embargados o reportados y a punto de quedarse con ellos”.

El crédito, una dependencia amarga, no sirve para avanzar

Como todos los empresarios, José Erney Vargas, depende del crédito. Por el año 1990 vivió su primera amarga experiencia amarga de otras que seguirían iguales o perores. Fue con un préstamo de fomento otorgado por el hoy
Banco Agrario para adquirir una máquina combinada. La entidad le concedió 32 millones de pesos, pero él terminó pagando en total 240. Hasta le embargaron la propiedad, que alcanzó a salvar a última hora.

Hace tres años recibió un crédito de la banca comercial por 120 millones de pesos, con dos años de plazo, para atender una emergencia por la ola invernal. Hasta ahora ha cancelado el 60% y consiguió reestructurar el saldo a otros dos años. El crédito estaba a una tasa de DTF y con la reestructuración le quedó por encima del 1% mensual.

El balance es desalentador: “La presión de las deudas es enorme. Voy a cumplir 55 años y no he logrado avanzar. Vivo con las mismas deudas y los mismos problemas que tengo desde hace 25 años”.

Por el lado del precio tampoco pinta bien el panorama. Hace dos años el arroz estaba en 106 mil la carga de 125 kilos, un precio impuesto por los molineros, que no equivale al valor real, puesto que el arroz puede tener humedad, impurezas y grano partido y en la práctica sale apenas en 90 mil pesos, un nivel que los molineros mantuvieron en el 2014, pese a que los insumos y demás costos se han incrementado en forma casi exponencial. Producir una tonelada de arroz paddy le cuesta entre 800 y 850 mil pesos y está sacando alrededor de 5, laborando todos los días y a toda hora. En solo semillas certificadas, fertilizantes y agroquímicos se le va el 60% y el resto en arriendo, mano de obra, recolección y transporte.

“En los bajos precios —explica José Erney— inciden las importaciones permitidas por el TLC, que ya superan las 200 mil toneladas, como también el contrabando y la negociación del libre comercio con la CAN, pues Ecuador y Perú producen un cereal mucho más barato, que entra a Colombia importado legalmente con cero arancel o de contrabando”. Y esto sin contar el factor climático y el problema de los ácaros y bacterias, agrega.

Él, como el resto de maiceros y arroceros, adquiere a crédito los fertilizantes comprándolos a los grandes distribuidores con almacenes en Granada. Toca apelar a veces a intermediarios de otras firmas, añade, porque no pocos agricultores están reportados o vencidos en sus créditos. “El gobierno nada ha hecho por bajarles el costo —dice—. Nada absolutamente nada, el ministro es un leguleyo. Tampoco presta ningún tipo de asistencia técnica”.

Comenta que en la región han disminuido las siembras de arroz y ya tan solo con una cosecha al año. Hoy en total no hay más de 15 mil hectáreas sembradas.

Con el ánimo en baja ante el receso productivo y la falta de apoyo estatal, José Erney Vargas no deja a veces de sentirse tentado a vender la finca y a vivir de la renta, junto a su anciana progenitora, que está a su cargo, la esposa y los dos hijos. “Pero no me decido, porque no sirvo para eso”.

Por ello no ha recurrido al expediente usual en estos casos, el despido de los trabajadores. “Mantengo siete trabajadores diarios, entre tractoristas y combinadores,
y pago en salarios 350 millones de pesos al año”.

José Erney Vargas Perdomo es un destacado dirigente gremial, desde hace veinte años presidente del Comité de Cerealistas, miembro de la junta directiva de Fenalce, directivo de Agameta —cuya lucha acompaña desde hace trece
años— e integrante de Dignidad Nacional Agropecuaria. Abriga la convicción de que es solo así, mediante el esfuerzo unificado de todos, empresarios y campesinos, como se le puede hacer resistencia a la ofensiva contra la producción
nacional.

 

Tomado del libro ‘Efectos del TLC Colombia -EE.UU. sobre el agro. Los rostros y las cifras.’