El Caribe, una víctima de la política económica

El departamento de Córdoba es primero en agricultura, aunque el Caribe perdió participación en este sector a escala nacional en lo corrido del siglo, del 18,6% al 14,8%.

Economistas costeños como Jorge Vergara Carbó y Salomón Kalmanovitz han retomado aspectos del estudio del Banco de la República acerca de la “Evolución socioeconómica de la región Caribe colombiana entre 1997 y 2017”, para profundizar en las características más relevantes de los siete departamentos que la conforman. 

Vergara hace un parangón de esa economía regional con la de Bogotá. Anota que siendo el Caribe el 11,6% del territorio nacional y el 21,4% de su población, es sólo 15,2% del PIB. Comparando con la capital, que es el 25% del PIB nacional –y con los mismos diez millones de habitantes de la Región Atlántica si se consideran los 30 municipios que la integran como región–, el ingreso por habitante de los costeños es 70% del ingreso promedio nacional y apenas 50% del de los bogotanos. Como de cada cien pesos que se producen en la región caribeña 55 están en Atlántico y Bolívar, acota Vergara, el ingreso por habitante de los otros cinco departamentos es todavía más limitado.

Complementa su análisis mirando los sectores económicos y resalta la importancia de la minería para Cesar, Córdoba y La Guajira, que puede sumar el 20% del país, pero deplora las casi inexistentes contraprestaciones que por ello reciben. La industria, acota, solo existe en Bolívar y Atlántico, pero mucho más en Cartagena, donde se fabrica la mitad de las sustancias químicas del país y está Reficar. Allí la manufactura genera uno de cada cuatro pesos de la economía.

Córdoba es primero en agricultura, aunque el Caribe perdió participación en este sector a escala nacional en lo corrido del siglo, del 18,6% al 14,8%. Poco sirvió el crecimiento del área sembrada y la producción de palma de aceite, yuca, plátano y maíz en detrimento del algodón, del arroz y, sobre todo, de la ganadería, cada vez más reducida. Por lo demás, subió la construcción, y en el comercio, hoteles y restaurantes –con informalidad incluida– está el mayor número de ocupados. 

Kalmanovitz hace también un análisis sectorial. Destaca que el PIB del Caribe creció un poco más que el de Colombia, pero enfatiza en aspectos sociales lamentables: que el analfabetismo es del 14%; que el hacinamiento en viviendas es del 28%; que 30% de ellas no cuenta con disposición adecuada de excretas y el 18% tiene piso de tierra; que hay 31 muertos por cada mil nacidos y que, si bien la cobertura en salud y educación aumentó, la calidad y el acceso real son deficientes por “el clientelismo y la corrupción”.

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Algunos elementos explican las causas del cuadro antes descrito: la vocación minera no compensó el bajón o la inexistencia de la manufactura regional ni la de la agricultura. En La Guajira, por ejemplo, la minería es el 50% del PIB departamental, pero sólo emplea a 2,5 de cada cien trabajadores. Y en el Cesar, pese a que en 2016 fue el 35% de la economía, solo contribuyó con el 3% del ingreso de los cesarenses. El resto corrió a bolsillos extranjeros.  

Así mismo, aunque Guajira y Cesar son el 8,6% de las exportaciones nacionales, su contribución para impulsar el crecimiento de las respectivas economías regionales es bastante inferior: de 550 mil empleos totales en este último departamento, sólo 20 mil corresponden al empleo minero. A contramano, Bogotá, que genera cerca del 5% de las exportaciones de Colombia, crea uno de cada cuatro pesos de la economía, fundada en el mercado interno.

El Caribe, exceptuando quizás la industria de Cartagena, está entrampado en la precariedad y la pobreza, como lo refuerza el estudio del Banco de la República al afirmar que “un departamento con bajo crecimiento tiene una alta probabilidad de mantenerse en el mismo nivel de crecimiento. No obstante, en la región Caribe el porcentaje es más alto (90,9%)”. Esa probabilidad está cimentada en razones expuestas por Vergara, como el centralismo y los TLC, o en las lacras de las corruptelas que señala Kalmanovitz, pero en especial, agrego, por ser víctima del modelo de Capital Extranjero con base en la locomotora minero-energética, que está dando los últimos estertores. Con todas sus secuelas.