Caso Macaco, verdades del paramilitarismo

El caso Macaco debe servir para acabar la burla a las víctimas, que, para la reparación, no tengan que ir a cortes extranjeras.

*Publicado originalmente en Revista Semana.

En Colombia se aplican la ley del más fuerte y la del silencio. La primera explica la violencia, “la gran tragedia de la sociedad colombiana del último siglo” (Melo, 2017) y la segunda, la impunidad, por la que entre 1820 y 2001 se otorgaron 88 procesos de beneficios penales como la Ley 975 del Gobierno de Uribe en 2005, de Justicia y Paz, “que confirió ventajas jurídicas a los paramilitares” sin compensación a los afectados y al país (Revéiz, 2016).

Esa impunidad se amplió cuando la cúpula paramilitar fue extraditada a Estados Unidos, al prevalecer el delito de narcotráfico sobre crímenes atroces como desplazamientos, desapariciones y similares. Luego de diez años, “los paramilitares que pagan condenas en Estados Unidos por la misma razón, el promedio será 7 años y medio” (The New York Times). En mayo de 2008, Carlos Mario Jiménez, Macaco, fue el primero en ser condenado a 33 años en Estados Unidos por narcotráfico, que redujo a 11 por “colaboración con la justicia”, y volvió a Colombia en 2019.PUBLICIDAD

Jiménez fue jefe de 7.603 miembros del Bloque Central Bolívar (BCB) (https://verdadabierta.com/los-tentaculos-del-bloque-central-bolivar/), controló “el Magdalena Medio… a través de la corrupción, la tortura, el secuestro y ejecuciones extrajudiciales” (Corte, Distrito Sur de Florida, caso n.° 10-21951) y en marzo de 2021 “por la línea de mando” aceptó 162 hechos criminales (El Colombiano, 18/03/2021).

Luego de siete años, el Centro para la Justicia y Responsabilidad (CJA), en representación de familiares de una víctima del BCB, logró, el 28 de septiembre de 2021, que el magistrado Edwin G. Torres, de la Corte del Distrito Sur de Florida, decretara indemnización para sus clientes “que probablemente nunca podrán cobrar” (The Intercept, Speri, A., 24/11/2021). Fuera de la culpabilidad de Jiménez, el fallo es fundamental para precisar una narrativa veraz sobre el paramilitarismo en Colombia.PUBLICIDAD

Torres acudió a la Torture Victim Protection Act (TVPA), que faculta la intervención de la justicia norteamericana cuando la tortura o la ejecución extrajudicial se cometen “bajo la autoridad real o con apariencia legal, de cualquier nación extranjera” (Corte, Distrito Sur de Florida, caso n.° 10-21951) y “los perpetradores estén bajo autoridad jurisdiccional de Estados Unidos” (The Intercept, Speri, A., 24/11/2021).

Partió de que hubo “relación simbiótica” entre paramilitares y el Estado colombiano, al señalar que “utilizó a miembros paramilitares para luchar contra los grupos guerrilleros que causan disturbios civiles en áreas como la región fluvial del Magdalena Medio” y que “recibieron beneficios tangibles (…) como transporte y comunicaciones, y se financió a través de la producción, venta y tráfico de estupefacientes” (Corte, Distrito Sur de Florida, caso n.° 10-21951).

Destacó “abundancia de evidencia (…) de que el BCB operaba (…) con actores estatales colombianos” intercambiando “inteligencia, armas y uniformes militares” y “también hicieron la vista gorda ante la presencia (…) y actos delictivos del grupo debidos a sobornos”, que “eran la misma entidad porque la organización controlaba las operaciones del Estado”. El BCB mantuvo “nómina para pagos a militares y policías” y actuó con apariencia de ley (ídem).

Se extiende así responsabilidad a Estados Unidos que, fuera de jerarquizar el delito de narcotráfico allá sobre la reparación de las víctimas aquí, intervenía en el Gobierno y la fuerza pública al tenor del Plan Colombia. En ese orden, se rememoran hechos como la sanción contra Chiquita Brands por pagar a los paramilitares, aunque “reportaron los pagos al gobierno de Estados Unidos” y porque “usaban a Chiquita para exportar droga e importar armas” (Kelsey Jost-Creegan, en IPC.org.co).

Eleva a verdad judicial el dicho de Myles Frechette, exembajador en Colombia, de que “Washington apoyó porque quería reducir la violencia” (El Espectador, mayo de 2017), reitera denuncias de Human Rights Watch sobre batallones antinarcóticos que coordinaron con paramilitares, “creados con asistencia y financiación de Estados Unidos y entrenados por militares estadounidenses”, a los que Clinton “firmó una exención de las condiciones relativas a derechos humanos” (“Sexta División”, HRW). Roxanna Altholz, de Berkeley, Center for Latin American Studies, dice: “Mire, donde mire, verá los Estados Unidos” (The Intercept, Speri, A., 24/11/2021).

El caso Macaco debe servir para acabar la burla a las víctimas, que, para la reparación, no tengan que ir a cortes extranjeras y también para que la Comisión de la Verdad incluya el sustento de la sentencia del magistrado Torres: el paramilitarismo como instrumento de Estado y, según, personalidades, ONG, grupos de análisis y abogados, asistido de cierta forma por Estados Unidos.

🛢️ El entramado Oxy-Carlyle y Ecopetrol 🛢

La relación de Ecopetrol con OXY es estrecha: se aliaron en la explotación de fracking en Texas, comprando 49 por ciento de la operación por 1.500 millones de dólares, inversión que, al ritmo de explotación actual, solo se recobraría en 41,7 años.

*Publicado originalmente en Revista Semana.

En 1980 se firmó el contrato de asociación Cravo Norte entre Ecopetrol y Occidental de Colombia (OXY) sobre 1.003.744 hectáreas para exploración de petróleo. Con el descubrimiento de Caño Limón, en 1983, se decretó su comercialidad sobre 1.100 millones de barriles, el mayor reservorio en años. La participación estatal (state take) era del 80 por ciento sobre el ingreso derivado de la mitad de las utilidades y de las regalías.

En 2004, cuando producía 95.000 barriles/día, la Agencia Nacional de Hidrocarburos, ANH, lo extendió hasta el límite económico del campo, a perpetuidad, que estimaba en valor presente ingresos a Ecopetrol por 846 millones de dólares (presidencia.gov.co). Cubrió 19 bloques de los contratos de Asociación, Cravo Norte, Rondón, Chipirón y Cosecha, asociado con Ecopetrol, y de colaboración empresarial en La Cira Infantas, y aunque se pensó que la producción declinaría, se mantuvo sobre los 50.000.PUBLICIDAD

En el cambio del contrato, una eventual cesión se condicionó al visto bueno del presidente de Ecopetrol previo requisito como conocer el nombre del nuevo concesionario. Eso pasó. Occidental vendió en 2020 su parte por 825 millones de dólares, 3,2 billones de pesos, al Carlyle Group (Ávila, El Tiempo, 3/10) y metió en el negocio además bloques en Magdalena Medio, Santander y Putumayo y se quedó con los de costa afuera (off shore).

Un día antes de dicha transacción, Glenn Youngkin, codirector ejecutivo de Carlyle, la compradora, dejó su cargo para iniciar la campaña a la gobernación de Virginia, candidato de Donald Trump (CNN, NBC News), luego de destacarse como gran donante de campañas republicanas (opensecrets.org), un verdadero activista. También trabaja en Carlyle, como vicepresidente de temas globales, el exalmirante James Stavridis, compañero de Juan Manuel Santos en el consejo de administración de la Fundación Rockefeller y quizás “aquel contratista del Pentágono” que develó gestiones del embajador Francisco Santos para la colaboración oficial con la campaña de Trump, en tanto se conjetura que esa transacción, de OXY con Carlyle, pudo ser medio para allegar fondos a los republicanos, a cuyos candidatos OXY dio en el ciclo de 2020, incluido Trump, 92 por ciento de todas sus contribuciones (https://www.opensecrets.org/orgs/occidental-petroleum/totals).PUBLICIDAD

La relación de Ecopetrol con OXY es estrecha: se aliaron en la explotación de fracking en Texas, comprando 49 por ciento de la operación por 1.500 millones de dólares, aporte que además ayudó a OXY a cerrar la compra de la empresa Anadarko, propietaria de tales campos, inversión que, al ritmo de explotación actual, solo se recobraría en 41,7 años.

Una decisión poco convencional, tan extraña como que Ecopetrol asimismo no hubiera pujado por Caño Limón para quedarse con toda la operación por una suma solo algo más de la mitad de lo que puso en Texas, y que, aún con 10.000 barriles de petróleo al día, ya le hubiera reportado más de 300 millones de dólares y una recuperación de la inversión, con el actual nivel de precios en cuatro años.

¿Alguien entiende por qué Ecopetrol invirtió 1.500 millones de dólares, recuperables en 41 años, para detentar solo 49 por ciento de una torta y no pujó por Caño Limón, que valía la mitad, se recuperaba en cuatro años y garantizaba el control del ciento por ciento del proyecto? ¿Por qué optó por cederle a un tercero? Un extraño árbol de decisiones.

Las dudas frente al entramado, no extraño en un sector en el que ha habido casos sonados como en Argentina, se refuerzan cuando se conocen los vínculos de Tony Hayward, expresidente de Glencore en Colombia, con sus excolegas en British Petroleum; Felipe Bayón, presidente de Ecopetrol, y los vicepresidentes actuales, Consuegra y Caballero. Hayward es mandamás de Carlyle Group en Colombia, firma para la que “buscaba activos” desde 2017 (news.sky.com, oct.2017) y que maneja los comprados a OXY mediante Sierra Energy, empresa recién aparecida.

Al seguirse la plata (lo recomendable en estos casos), el círculo se cierra fácil: OXY le adquiere a Anadarko los campos para hacer fracking en Texas y después Ecopetrol se asocia allí con OXY, con lo que apalanca dicha compra, en una inversión que demorará cuatro décadas en rescatar. Después OXY saca a la venta Caño Limón, Ecopetrol no oferta y da el visto bueno a Carlyle. En medio de tales transacciones se desparramaron largas donaciones a los republicanos en Washington.

Al final, cabe preguntar: ¿nada supo Iván Duque? ¿Tampoco su íntimo, Luis Guillermo Echeverry, presidente de la Junta de Ecopetrol? Una trama petrolera –tan no convencional, como el fracking– que exige una explicación. ¿Las tiene el contralor Córdoba o acaso la SEC, la U.S. Securities and Exchange?